Todo el mundo sabe que va a llover

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Truman Capote afirmó que desde niño había aprendido a escribir historias, luego a escribirlas bien, pero más tarde comprendió que le había caído “el látigo de Dios” cuando lo que buscaba era un estado del arte.

El cuento, lo sabe el autor de este conjunto de piezas memorables, es un género de riendas apretadas, de contención, de no permitir que los caballos agarren otra senda, van por donde uno ha decidido que es el camino. Ahí es donde “el látigo de Dios” de Capote y Todo mundo sabe que va a llover, Córdova Monares —pulido a fineza, escarbado desde el corazón, elevado a una forma de provocación estética—, se empatan.

 

Mónica Lavín


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