Premio nobel

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Siendo yo una cría que apenas levantaba un palmo del suelo, mi madre, que de santa no tenía ni un pelín pues era trianera, me sermoneaba con la esperanza que yo no fuera como ella: “¡Me cago en...! sólo se dice cuando tu arma ya no puede más de que la han pisoteao”. “¿Y cuándo se dice ¡Me cago en Dios!, madre?”, le preguntaba yo con la voz ronca que desde entonces gasto. “¡Me cago en Dios!, mi niña, sólo se dice cuando estás hasta los cojones de cabreada, y te atropelló una alegría que te desacomodó los adentros”. Así fue como supe por qué mi madre decía “todo el día”: ¡Me cago en Dios!

Hoy, leyendo la novela Premio Nobel, de Dante Medina, me he acordado de mi madre porque me oí, diciéndome para mí misma, esa frase que no repetiré porque no se oyó. Fue como un suspiro a la inversa: vino desde afuera hacia las entrañas. De un túnel a otro de este libro, iba dándome empellones por calles de la lengua que no conocía, con el arma pisotea por una alegría sórdida, con una felicidad optimista atropellada por la ilusión, acojonada por la tragedia de la que se burla la comedia.

El personaje de Premio Nobel está hasta los cojones: todo el tiempo se caga en Dios, se caga en el mundo, se caga en nosotros, y él, el muy cínico, se caga de risa.

Y el efecto que yo recibí, fue como una lección de mi madre, quien me enseñó que la lengua a palos entra. Hay golpes que aturden. El golpe de Premio Nobel a mí me ha despertado.

 

Dolores Álvarez

Triana, octubre de 2022